27 noviembre, 2012

Ella dijo

Empezaba mi segundo año en el Internado Reifenstahl, el último curso. No me ilusionaba estudiar ahí, pero no había nada que yo pudiese hacer contra la decisión de mis padres.
Todas las veteranas debíamos compartir habitación con la alumna de primero que nos fuera asignada. El año pasado mi compañera llegó a convertirse en una hermana mayor: me ayudó con las asignaturas, me contó todo lo que necesitaría saber sobre los profesores y me escuchó cada vez que una mirada o un comentario en la clase se convertía en un drama adolescente.
Yo quería ser ese tipo de apoyo para Line, a quien vi por primera vez al entrar en mi nueva habitación. La encontré sentada en una silla, junto a su maleta, todavía cerrada. Su rígida postura le hacía parecer una de esas antiguas muñecas de porcelana, algo que quedaba acentuado con la blancura de su tez y la penetrante mirada que me dirigió. Me pareció una chica tímida, luego descubrí que solo estaba insegura. Todo lo que le rodeaba era nuevo y necesitaba coger confianza.
Ella esperó a que yo terminase de organizar mi espacio para empezar a deshacer su maleta. No tardé en preguntarle por la cámara fotográfica que cuidadosamente separó del resto del equipaje. Se trataba de una Canon similar a la de mi padre, la que tantas veces utilicé sin su permiso.
A través de la fotografía fui descubriendo a Line. Compartimos las técnicas que manejábamos, incluso llegó a enseñarme sus álbumes personales. Conforme la iba conociendo fue cambiando la imagen que tenía de ella, dejé de verla tan fría y distante para convertirse en esa niña sonriente que cada noche me contaba ilusionada cómo había transcurrido su día.
Parecía que esa sonrisa no se le iba a borrar nunca, sin embargo, no fue así. No sé exactamente cuándo pasó, yo andaba distraída entre un examen y otro hasta que me di cuenta de que ella no sesentía bien. En cuanto la escuché llorar sola en el baño quise hablar con ella, pero no sabía cómo empezar. Esa misma semana pude fijarme en unas heridas sin cicatrizar que intentaba disimular adornando su brazo con pulseras. Bastó verle así para decidir que hablaría con ella esa noche.
Pensaba que necesitaría insistir para averiguar qué le pasaba, aunque no hizo falta. Me sorprendió la facilidad con la que me contó cómo un profesor había aprovechado la oscuridad del patio durante la noche para abusar sexualmente de ella. Esto había ocurrido pocos días antes, Line no lo había hablado con nadie, estaba demasiado asustada. Me tocaba dar la cara.
No pensaba vengarme de ese profesor, ni  tampoco convertirlo en un escándalo público. Yo no era nadie para decidir qué debía pasar, solo podía dejarlo en manos de sus superiores. De esta forma llegué hasta el despacho del director, un tipo duro con el que nunca antes había hablado. Ese hombre cohibía a cualquier alumna que estuviese sentada frente a su mesa. Sin embargo, yo no podía permitírmelo. Sin ninguna sutileza le informé de lo que le había ocurrido a Line. No recibí la reacción comprensiva que me esperaba, solo respuestas del tipo: “Seguramente no sea nada, aunque estaremos atentos” o: “Muchas alumnas inventan todo tipo de cosas para librarse de un profesor, veremos qué pasa más adelante”. Todo ello me obligó a insistirle en  que hablara directamente con mi compañera.
Con reiterativos movimientos manuales esperé al otro lado del despacho hasta que Line o el director terminaran su reunión. Me sentía más asustada que nerviosa, más indignada que preocupada. Por suerte no tardaron mucho en salir. La cara de ella no expresaba nada, una mirada vacía. Él me miraba extrañado, con interés. Se acercó a mí con curiosidad y esperó a que nos quedáramos solos para preguntarme por qué lo había hecho, de dónde había sacado todas esas mentiras y para qué le metía a mi amiga en ellas.
Line le había mentido, o me había mentido a mí. De ninguna de las dos formas tendría sentido, por eso empecé a dudar: ¿ella se inventaría algo así?, ¿y si nunca lo hizo? Con el tiempo llegué a estar segura de que su profesor jamás la tocó, aunque sabía que ella no tenía motivos para imaginárselo. Descarté un montón de posibilidades hasta plantearme si realmente llegó a contarme lo que yo recordaba.
Después de una año dándole vueltas solo me quedaba por descartar una opción: mi propia locura. La única forma de superarlo era eseperar a que Line se sincerara conmigo. Llegué al Internado Reifenstahl en el que ya había terminado mi último curso. Una vez allí traté de encontrarla en su habitación, donde dos alumnas me aseguraron que Line no pertenecía al centro. Sin embargo, no necesité buscarla para confiar en mi cordura, cuando pregunté a sus compañeras por ella me hablaron del centro psiquiátrico en el que la ingresaron tras diagnosticar su esquizofrenia.
Me sentí aliviada, nadie había mentido y yo no estaba loca. Lo sentí mucho por Line, apunté el nombre de su residencia y me propuse ir a visitarla. Sin embargo, por muy egoísta que suene, mentiría si dijese que no me alegro de que fuese ella y no yo.


(Patricia Rodríguez Aranguren, cuento)