30 octubre, 2012

Puntualidad

La puerta está cerrada. No han pasado ni cinco minutos desde que dieron las 9, pero dentro la clase ya ha debido de empezar y te has quedado fuera. Ese es el momento en que decides si entras o no, pero realmente no es ningún momento, solo un instante en el que pasa por tu mente una información cargada de consecuencias, culpabilidad, objetivos,  inseguridad, orgullo, frustración, promesas…
Te despertó la alarma, programada para sonar a una hora minuciosamente calculada.  Aunque odias ese momento del día, no permitirte volver a llegar tarde será tu motivación para salir de la cama. Levantándote a esa hora no andarías mal de tiempo, incluso podrías dormir más. Solo necesitas desayunar, vestirte, acicalarte, preparar la mochila y salir de casa. Pero tienes el don de perder el tiempo, todos los días, cada uno por algo diferente. Madrugas más que nadie sabiendo que sería imposible no llegar a la hora exacta en el momento indicado, pero te equivocas. Puedes programar el despertador 10 minutos antes, pero dará igual, porque perderás 10 minutos más haciendo algo que ni tú mismo sabes qué es.
Apuras los últimos minutos antes de salir de casa. Agobiándote mientras buscas las llaves o la cartera, terminando de lavarte los dientes, contando el dinero que llevas encima o repasando que no olvides nada, algo de lo que nunca, ni un solo día, has estado seguro. Apartando la mirada de cualquier reloj, concentras en esos minutos lo que deberías haber hecho en todo el tiempo que tenías. Hasta que tú y el estrés que te acompaña bajáis el ascensor, mirando la hora, calculando el tiempo que necesitas y el trayecto que tomarás.
Andas por la calle pensando en el tiempo que te costará llegar. Podrías dar esa clase por perdida, relajarte e ir a la siguiente, mientras das un pequeño paseo que no durará más de los 50 minutos de clase. Hacer algún recado, mirar cualquier escaparate sin prestar demasiada atención o hacer tiempo en la cafetería de la facultad. Sin embargo, no consigues hacer nada de eso sin tener la total seguridad de que no entrarás a tiempo. Te sientes moralmente incapaz de abandonar el intento, quieres llegar, necesitas llegar para poder justificar las horas de sueño que a las que  renuncias madrugando diariamente.
Un reloj impreciso te muestra los minutos en los que deberías estar ahí. Decides pensar que ese es justo el tiempo que necesitas, eliminas toda posibilidad de llegar tarde para acelerar el ritmo. Esas prisas con la que caminas, en una respiración entrecortada, sintiendo en tus piernas la presión cardíaca, no solo tendrán consecuencias, también te cargarán emocionalmente. A cada paso que das merecerá más la pena esa carrera a contrarreloj, o por el contrario, se convertirá en un esfuerzo inútil. Logrando entrar en el aula te sentirás orgulloso del esfuerzo de los últimos minutos, pero culpable ante las horas desperdiciadas en casa. Te prometerás organizarte mejor, tanto si llegas como si no. Te comprometerás a mejorar a partir de mañana, igual que hiciste los días anteriores.
Esta promesa se llena de rabia cuando la hacemos fuera del aula, al otro lado de la puerta. La preocupación en cada uno de esos pasos que diste para llegar hasta allí te obligará a abrir la puerta y entrar en clase, dejando en manos del profesor tu asistencia, pero demostrándole una vez más tu impuntualidad. Sin embargo, la carga de haber sido capaz de invertir el tiempo te hará darte la vuelta con tu culpabilidad. Posiblemente creas que no te mereces interrumpir así la clase, no hasta que logres centrarte y llegar puntual sin necesidad de apurar el último trayecto. Una frustración que te hace replantearte cómo eres, cómo actúas y cómo podrías actuar. Confías en ti, en tu potencial. Vas a la biblioteca buscando algo con que ocupar esa falta de realización, un trabajo para adelantar  o algún examen que puedas ir preparando. Mañana será otro día, una frase que está demasiado oída, pero no por ello deja de ser cierta, ya que de mañana dependerá que no vuelvas a hacerte esa promesa de puntualidad.

(Patricia Rodríguez Aranguren, escena costumbrista)